CANDELA:
Me despierto y la habitación sigue en penumbra. No sé si aún es de noche o el hilo con el que se tejen las nubes se ha enredado en mis pestañas. Apenas puedo abrir los ojos.
A
veces me pregunto si ya he muerto o esta niebla visual que me invade no es más
que un preludio al réquiem definitivo. Entonces, noto su calidez, a mi lado,
justo al izquierdo, su respiración acompasada que como una letanía me devuelve
la paz y sé que todo está bien. Sigo viva, aunque no puedo evitar sentir miedo.
¡Estoy aterrada!
Recurro
a la excusa de la falta de tiempo, de los días consumiéndose en mis tobillos y
de las ascuas saco una fuerza que me invade, que me hace invencible. Ese superpoder del que tiene todo por dar y muy poco tiempo para llevarlo a cabo.
Hoy
les hablaré de una de las lecciones más importantes en la vida, esa que quizá
un día les marque la diferencia. No comenzaré con aquello de que es mejor ser
feliz que tener razón —aunque les evitaría muchos problemas y discusiones, es
algo que tendrán que descubrir por sí mismos, — pero sí les contaré un cuento,
uno de tantos, con moraleja, desmentiré otros y les procuraré dar alguna pista
—mientras ojeamos nuestros álbumes de fotos— que les ayude a distinguir entre
hombres príncipe y hombres orco, entre mujeres bruja y mujeres hada, pero
sobretodo, les enseñaré que hay seres humanos y que, la mayoría de las
veces, no es una cuestión de género lo que nos separa o nos une sino una
cuestión de amor, de desamor, de terrores poniéndonos la zancadilla, de
experiencias vueltas sobre la mesa las que determinan nuestra jugadas en esta
partida que es la vida. Me pregunto cómo
explicar a dos niños para que la empatía sea una ayuda en sus vidas y no un comodín que permita todo convirtiéndose
en su cruz, la de ella, o la de él.
Quizás con ejemplos de otros cuentos, que puedan sumarse al nuestro y así, les
quede claro que si humilla no es amor, que si tienen que rogar, no es amor, que
si duele no es amor, que si cada noche se riega con lágrimas para que crezca,
no sé qué es lo que están cuidando, pero no será amor, entonces, espero que
saquen del armario las zapatillas de viento y corran lejos, no como huida sino para
ponerse a salvo de la tormenta. El amor es otra cosa. Es tan natural que fluye
imparable, como el que se tira cuesta abajo sin frenos, llenándonos de
felicidad y que a veces, también es renuncia, como esta en la que hago un
esfuerzo sublime por bajarme de la bici sin caerme y levantarme de la cama. Un esfuerzo como el de él, su padre. El ser amado que me ayuda a incorporarme y me
mira con todo el amor del mundo disimulando todo ese dolor que le apuñala el
pecho viendo como me consumo entre sus brazos, cada día un poquito y otro,
hasta ser ceniza y desaparecer.
Ambos,
como dos héroes en pijama. Tú y yo cariño, sin distinción de género y a pesar
de que la cuenta atrás ha comenzado y se nos está escurriendo la arena entre
los dedos. Nos levantamos para preparar a nuestros hijos para ese futuro
inminente que no va a estropear nuestro día. Nuestra misión hoy no será salvar
el mundo pero sí preparar a nuestros hijos para ese mañana sin madre y
procurarles las herramientas necesarias para gestionar la pérdida, aceptar los
fracasos, caerse y levantarse, dar un paso y otro, comerse el mundo, solos o
dados de la mano de otro ser humano, sea del sexo que sea pero que comparta con
ellos la certeza de que su bandera es la sonrisa y su himno un “yo puedo”. Y tú
amor, tú también debes prepararte para esto, decirme adiós y seguir adelante,
por ellos, por nosotros, por ti, por mí.
JORGE:
Candela
murió en paz, demasiado joven, treinta y siete años, de un cáncer de ovario tan
femenino como su melena negra ondeando al viento, pero con su misión cumplida.
Vino a hacer feliz al mundo y este era su familia. Nosotros. Nos regaló su
vida, y cuando le transmitieron que su momento se terminaba, se negó a que la
pillara como en una condena arrodillada a la espera. Se dedicó en cuerpo y alma
a preparar a nuestros hijos: Antton y Marina para lo inevitable, la inminente
pérdida. Cada mañana — unas con más fuerzas que otras — disimulo sus dolores con sonrisas, sus
vómitos subiendo la música entre punteos de guitarra y voces desgarradas y su
calvicie con bromas para dar todo lo que le quedaba, su inmenso superpoder: el
amor y prepararlos para la vida sin mentiras. No somos eternos, no, pero si hoy
podemos hacer un poquito por mejorar la vida de los que nos rodean, quizá no
salvemos el mundo pero sí hagamos de él un lugar más humano.
¡Candela
fue y será la heroína que nos sustenta!
Por
todas esas heroínas con nombre propio y sin capa que cada día están luchando
sin importar si la batalla está ganada o perdida.
H de L
Concurso de historias de #heroínas de Zenda